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Con presupuesto acotado, apuesta a los vaivenes y las polémicas que surjan de los participantes. Cómo hace para seguir siendo líder con espectadores difíciles de atraer y seducir. El factor sorpresa y la “autoparodia”.

A las 23.07 del martes pasado, Federico Bal y Laurita Fernández hacían catarsis en el arranque formal de “Bailando por un sueño”. Fue en ese momento cuando ShowMatch alcanzó los 23,3 puntos, un pico de rating para nada despreciable en la segunda noche del programa. Tinelli ganó la franja y superó a la telenovela turca El sultán (13 puntos en Telefe). La historia de desamor fue efectiva, como lo fue la presentación sorpresa de la bailarina que está en pareja con una productora del ciclo.

En 28 años, si hay algo que supo hacer Tinelli, es tener el timing de lo que el televidente quiere ver. Alguna vez fueron los bloopers; otra, el corte de polleras a las participantes, una práctica “suicida” e impensada en los tiempos que corren. Este año, al igual que los anteriores, la matriz de Marcelo Tinelli para meterse en el fango de la competencia en una televisión devaluada y con cada vez menos encendido, son las historias de los personajes, sus vidas y la construcción de “polémicas” que penden de una franja siempre difusa entre el desborde emocional y los dotes actorales de participantes y jurado. Famosos borders, de eso se trata. Un claro ejemplo es la Tigresa del Oriente, la única figura internacional, quien debutó esta semana llevándose un par de ceros del jurado. O Naiara Awada, la sobrina de la primera dama, quien calentó las redes antes de que comience el “Bailando” con una supuesta juntada trunca en el Planetario, para luego debutar en la pista de baile sabiendo “comportarse”. Sol, la chica del tiempo, otra de las apuestas: una joven que además de presentar clima con poca ropa en un programa de deportes del cable, se dedica a subir fotos a su Instagram de su escultural cuerpo. Ella ya puso el grito en el cielo cuando vio que una revista que hace su portada con los participantes del certamen decidió ponerla en la contratapa junto a las bailarinas y otros  “recién llegados”. Una que sonaba fuerte era María Eugenia Ritó, un personaje fuerte por su historia de recaídas con sus adicciones. En este caso, los productores decidieron declinar su participación porque consideraron que la ex vedette pasaba un límite y podía causar inconvenientes.

Para Martín Becerra, investigador del Conicet y doctor en Ciencias de la Información, él apuesta a una fórmula ya ensayada. “En la capitalización del escándalo y en la construcción de figuras de aspirantes a la farándula no vacila en explorar la intimidad de los actores. Y aunque no siempre es una fórmula eficaz, y no siempre fue bien conducida, es un recurso ya tradicional del show business”, opina. “Tinelli explota con maestría uno de los recursos clásicos del entretenimiento masivo que consiste en producir contenidos que cabalgan entre lo que la audiencia espera y conoce por un lado, añadiendo ingredientes de novedad y sorpresa, que en algunos casos es argumental, en otros personal (cambian los protagonistas), en otros estilístico”, agrega.

Adriana Amado, analista de medios, sostiene que el público se identifica con los personajes menos conflictivos, que tienen una historia divertida para compartir. “Los personajes que llaman más la atención como Gladys o la Tigresa van a ser maltratados por el jurado justamente por aquello que los hace populares, es decir, su torpeza para el baile. Que los programas periféricos vivan de esos conflictos no significa que sea lo que más aprecia la audiencia, que como todos los años se irá desgranando en la medida en que compruebe que es más de lo mismo, aunque un poco más devaluado”.

Todo se mide por rating. La apertura del ciclo, que contiene ese apartado de espectacularidad con producciones teatrales y musicales, y presenta una ficción con las figuras que seguramente gustaría de tener en el “Bailando”, tuvo un promedio de 27,4, un buen número de audiencia aunque bajo en comparación con 2016, cuando hizo 34,6. Sí, fue el debut más bajo en una década pero  las cuatro primeras emisiones fue lo más visto de la televisión. Para Amado, en una televisión que sólo ofrece panelismo, cualquier propuesta con algo de producción va a ser llamativa. “Ese rating sólo impresiona en comparación con ese bajo encendido habitual, porque no puede dejar de verse que es el más bajo de la apertura del ciclo”, dice. Los datos duros están a la vista: este año el promedio estuvo por debajo de los 28,3 que hizo en todo 2007.  Becerra también dice que es imposible analizar la baja del rating sin tener en cuenta el encendido, aunque aún así , sigue teniendo un lugar preponderante: “No sólo por lo que representa su emisión en directo sino, además, por lo que genera como efecto multiplicador en el propio medio y en el resto de actividades del espectáculo”.
El devorador de géneros

En julio del año pasado se realizó por primera vez una encuesta donde entre varias preguntas se le pidió a la gente que definiera con una palabra a Marcelo Tinelli. “Oportunista” fue la que más salió. Sobre un total de 3.500 consultados, se analizó también la imagen del conductor. En un 52% resultó negativa, 26,6 regular y 17,6 positiva. “Tinelli siempre ha sido la metáfora de la Argentina: su búsqueda de popularidad lo hace muy permeable a los tiempos y a los vaivenes del humor social. Hoy es el espejo de ese pasado que no se resigna a ser pasado y quiere ser futuro pero sin siquiera encontrar el camino para ser presente”, dice la analista de medios Adriana Amado.

Aun así, para el doctor en Ciencias de la Información Martín Becerra, Tinelli es el mayor conductor de la televisión argentina desde hace más de 25 años consecutivos. “Ha probado con creces que posee talento y eficacia en la interpelación de audiencias masivas. Su sello es a la vez sincrético y centrípeto: se devora todos los géneros y los acondiciona, ecualizándolos, a las competencias del conductor en un diálogo y refuerzo del sentido común”, dice Becerra, quien hace una comparación con el personaje de la película El viaje de Chihiro. “Se va devorando todo lo que encuentra –ejemplifica–. La intervención estética sobre la política y sobre los valores de lo políticamente correcto, sobre todo si es progresista, consiste en descomponer su geometría, alterando distancias y reverencias, ritos y superponiéndolos con otros. Tinelli sabe, además, reírse de sí mismo en una televisión con poco humor. Hay una suerte de cercanía y de rito de desagravio de la farándula entera en esa actuación.

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